lunes, 21 de abril de 2014

El derecho a no ser pirata


Nos preguntamos cómo hemos llegado a esto. Cómo, de la noche a la mañana, las cosas malas siguen existiendo y las buenas parecen no llegar nunca. Cómo una ciudad que tiene un clima ideal, una naturaleza envidiable, una cultura sensacional y una gente que quiere pero no puede avanzar, se encuentra en la más absoluta ruina.

Lo cierto es que, haya o no culpables, nos encontramos en un precipicio, donde nadie quiere agarrarse a ninguna rama, ni mucho menos, buscar la manera de salir de él. Es el momento de ser algo o no serlo; de tomar partido por lo que es nuestro o renunciar a todo. O querer vivir bien, o aparentar ser la prosperidad, la fiesta y la playa bonita de alguien que no nos va a salvar.

Porque esto es ahora mismo Gandía, nuestra ciudad, la ciudad de nuestros hijos y de nuestros padres: la playa de Madrid, pero no la de los gandienses; la que tiene marjales espectaculares para golfistas forasteros. La misma que trae unos toros para que vengan taurinos de todo el mundo y tiene ¨tarongers¨ para regalarlos a los vecinos, ya que Carrefour compra a Marruecos. La que permite incendios en sus montes, pero no una ruta de turismo rural; la que se prostituye con el ´Shore´, pero no tiene una televisión pública que explique por qué somos mayoritariamente valencianohablantes. La que tiene un alcalde millonario que está en concurso de acreedores mientras, cada día, los comedores sociales no dan abasto. Somos la ironía de un sistema caduco. De un absurdo que se arrastra en el tiempo, desde nuestro momento fundacional, citado por Blasco Ibáñez: el sueño ilusorio de unos piratas árabes que, después de perder Creta, llegaron a nuestra costa para fundar algo a su imagen y semejanza.

Tal vez solo nos queda una salvación, y para llegar a ella, debamos caminar relajados por la playa de l´Ahuir. Observar las aves de l´Ullal de la Marjal, subir con esfuerzo hasta Marxuquera, o volver a entrar en el Palau Ducal. Caminar por la tranquila Benipeixcar, o ver a los marineros del Grao volver a la lonja, como siempre lo han hecho.

Solo así nos daremos cuenta de que no nos quieren, o por lo menos, no nos conocen. Y si nos conocen o nos quieren, nos han olvidado. Y unos gobernantes que olvidan sus raíces, no son gobernantes de nade más que de sus intereses: unos intereses alejados de la prosperidad social que necesitamos hoy día para vivir con dignidad, tranquilidad y felicidad, como siempre hemos querido.

Cambiemos nuestra historia.



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